¿CUAL ES TU OPINIÓN ACERCA DE PILEO ?

jueves, 24 de mayo de 2012


El poder de escribir
Luís María Pescetti

Quienes conocen un lápiz saben que es parecido a una varita mágica, una batuta de director de orquesta y con la forma de un pararrayos, aunque más pequeño.
Es una herramienta poderosa, como las espadas de Guerra de las Galaxias, pero sin luz, y sin hacer daño; pero es poderosa.
Podría decirles que pueden contar lo que quieran, pero eso no ayuda, voy a dar ejemplos.
Con un lápiz se puede contar nuestra vida, igual a cómo es; o contarla tal como nos gustaría que fuera. Se pueden contar historias que vimos y que nos gustaron mucho, o que no nos gustaron nada: contarlas para no sentirnos solos con eso que vivimos.
Se puede inventar una historia que parezca real. Se puede inventar una donde todo es mágico y
ocurren los fenómenos más imposibles.
Podemos contar chistes que hagan reír, o historias que sean tan tristes que hagan llorar.
Podemos intentar escribir historias para hacernos famosos, o para que nos miren con más respeto. Para llamar la atención de una chica o un chico en especial.
Podemos hacer una denuncia: “Tal persona miente” “Tal otra persona hace algo que está mal”. Y a eso se puede escribirlo con forma de cuento inventado, o directo, tal cual lo sabemos.
También se puede hacer una propuesta: “Me gustaria que…”
Podemos anotar una historia que nos contaron, así no se olvida más, o inventar una que diga todo lo contrario para reírnos de esa que nos contaron.
Podemos inventar un mundo en el que se cumplen todos nuestros deseos, o inventar una historia
en la que vencemos nuestras dificultades.
Podemos tener nuestra propia voz, esto quiere decir que no vamos a decir lo que nos dicten sino lo que pensamos o sentimos. Eso nos obliga a descubrir nuestros pensamientos, a sostenerlos o cambiarlos.
“Nuestra voz” quiere decir: nuestra verdad, dicha con las palabras que encontramos. Es única, nadie la tiene por nosotros, se puede descubrir, mejorar y cambiar.
Al escribir nos gusta llamar la atención de los que nos van a leer, y que nos crean. Hay que aprender cómo: se puede aprender eso, y es divertido.
Nadie tiene la obligación de escribir, el que quiere puede hacerlo, y quien no lo desee no debe sentirse obligado.
Cuando escribimos podemos ser más libres y ser más fuertes. Sentirnos mejor con nosotros mismos. Tener más secretos y tener más amigos.
Es como ir en bicicleta: hay lugares en los que podemos ir con todo, y otros en los que hay que tener cuidado de no atropellar a nadie, o de que nos choquen. Con un lápiz pasa lo mismo.
Yo, Luis, escribo porque me divierte, también porque necesité contar cómo murió mi papá y cómo extrañé a mi mamá. Porque el amor me dio tan alegría que quise escribir. También porque me sentí tan confundido que necesité escribir para aclararme un poco. Porque siento que puedo ayudar, y porque me da mucho placer cuando se produce silencio ante una historia que leo.
También porque me gusta mucho hacer reír. Escribo porque me siento más acompañado o menos triste, más fuerte, más claro, más poderoso.
Comentario de Shaun Tan acerca de La Cosa Perdida

Lo que empezó como una divertida historia sin sentido pronto se convirtió en una fábula sobre todo tipo de preocupaciones sociales, con un final bastante ambiguo. Me interesó la idea de una criatura o persona que realmente no procediera de ninguna parte, ni que tuviera ningún tipo de relación con nada, que simplemente estuviera «perdida». Quería contar la historia desde el punto de vista de un personaje que representaría cómo podría yo responder personalmente a ello, por lo que el narrador anónimo soy esencialmente yo (aunque yo solía recoger conchas en la playa, en lugar de tapones de botella).

Tardé un par de semanas en escribir la historia en la mesa de mi cocina, el esbozo original era mucho más largo y detallado, y estaba ambientado en un barrio residencial muy parecido al sitio donde yo crecí. Más adelante eso cambió cuando empecé a desarrollar la idea de que sería una especie de barrio «retro-futurista» en el que casi no habría seres vivos aparte de la gente y todo sería muy aburrido y agobiante, aunque a nadie le importaría demasiado.

El texto está escrito como si se tratara de una anécdota cualquiera, contada por el chico y dirigida al lector presentándola como una especie de historia del tipo “lo que hice durante el verano”. Es significativo que la criatura en cuestión no se describa nunca físicamente, y que se diga poca cosa acerca del entorno en el que se desarrolla la historia: ahí es donde entran en juego las ilustraciones. Leído aisladamente, el texto sonaría como si tratara acerca de un perro perdido en un barrio o ciudad cualquiera, pero las imágenes revelan a un animal extraño con tentáculos en un mundo surrealista, sin árboles, con el cielo verde, demasiadas tuberías, cemento y maquinaria.

La relación entre palabras e imágenes es mínima, una gran dosis de humor de la historia surge a partir de ahí, ya que las imágenes desafían a lo que se espera de ellas, y todas esas absurdidades son recibidas con una especie de desinterés despreocupado por parte del narrador. Ese tono es coherente con el tema del libro, que tiene que ver con cuestiones de apatía, especialmente la supresión de la imaginación y la distracción lúdica por medio del pragmatismo y la burocracia, condiciones que afectan tanto a la sociedad como a los individuos.

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